domingo, 25 de octubre de 2015

Un poema nabokoviano


la dádiva

—No lo insinúo —replicó el poeta
—, lo afirmo. No que las viviera en
carne propia, desde luego; pero, como
poeta que era, experimentaba lo que
escribía, o, mejor dicho, escribía sólo lo
que vivía en su espíritu. Ésa es la
diferencia entre el poeta y el simple
escritor: ¡en la mente del poeta, la
imaginación se encarna por medio de la
reflexión!

Heinz von Lichberg




y fue cuando la enamorada tiró del pelo a su enamorado
lo empujó al lago, y éste, imposibilitado por su estado de embriaguez,
murió ahogado. El cuento termina allí, y no es necesario 
saber qué pasa con la enamorada, pues es contado desde
el final:  ya se sabe que ella termina hecha una ninfómana
y trastornada mentalmente, al colmo de la locura.

El amor sucede de una manera similar, 
y no quiero caer dando estas explicaciones
tan pomposas en la cursilería más atroz.
En fin, ¿qué de malo tiene cursilear, no?
Asi, el amor sucede así.

Dos cisnes agarrados de sus cuellos,
tironeándose con violencia,
hasta que uno de ellos cae muerto.
No es necesario demostrarlo, el amor está
uncido a la muerte, como el Sol a la Luna.

No se estropea la vida,
sino la muerte, muertes estropeadas
por los saltimbanquis de la pasión,
enumerando una a una las rosas 
en un paseo por el cementerio.

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