lunes, 17 de diciembre de 2012




los 7 días sin escribir
que estuve aquel mes
fueron como la llovizna
que cae
y que nunca deja algo
demasiado contundente,
me esparcí sobre la tierra,
sí, eso fue,
y luego,
algo como un relámpago
nacido de no sé qué
lugar de la tierra
me hizo ver
que de verdad:
escribir tiene
muy poco
de belleza,
sino es después,
después
de ese impulso
descabellado
de estarse
temporadas demasiado largas
(o sea, hablando
de la prudencia de los sedentarios)
estarse más de 2 días
sentado en el mismo lugar
mata a cualquiera,
sólo se salvan los budistas.
La belleza la encontré
en aquellos días
en unos ojos almendrados
que vi bajar por una colina,
luego en una porción
de marihuana
compartida
a la orilla
de un estanque
con algunos amigos,
luego en bastantes
cervezas,
y finalmente
en un libro
de Cioran
sobre las lágrimas
y la música.
Esto
es el
mero
testimonio
de aquellos
días
prístinos.



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