El cuchillo que mastico hasta
el cansancio
puede ser, supongo, aquella
especie de locura
que me salva de la mismísima
locura
Unos anteojos, tal vez, que
fragmentan el infierno
en trozos susceptibles de ser
pensados
Como lo haría un cementerio que
piensa
la profundidad de sus
integrantes, o al estilo
de los físicos nucleares: no en el mismo lugar, no
a
las mismas velocidades.
Desolación no es el nombre
más apropiado, de hecho la
blasfema. Esta especie de locura no quema
ni hiela, es la cara amable de
un naufragio por un desierto de nieve
que de pronto se hace pueblo,
ciudad de esquimales;
acogedores, cordiales, que te
invitan a sus hogares a comer y beber;
al calor de una chimenea un cigarrillo de sobremesa que
desemboca en la pasión
y sabiduría de un corazón
templado a las orillas de un congelamiento:
mañana fresca, un nuevo
pensamiento. Esta locura te sacó de esas dudas
peregrinas que te acosaban, o
más bien, te impulsaban cuando niño
a dudar, digo: la genuina duda,
la sospecha. Y te sacó con una convicción,
pero a cambio de ver, claro está, de
descubrirte en la intemperie, donde la duda
y la seguridad son las hijas predilectas de
los mitos de la raza. Nada más.
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